EN
LA HISTORIA DE NUESTROS DÍAS
Por:
Pilar Puerto Vogelman Claudía
Atehortúa César Molina
¿Medellín? Medellín es una
chimba! Dice la gente mientras la
siente, mientras se ve caminar entre calles y viento, las calles de la capital,
esta capital nuestra de la que tanto nos enorgullecemos.
La ciudad de la eterna
primavera, así suelen llamar a este pedazo de tierra que ha dado
satisfacciones, que llena a las personas de orgullo y de nostalgia cuando se
habla de ella con el corazón, cuando se toca la madre patria que no es Colombia
sino el gentilicio de ser Paisa.
Por las calles de esta
ciudad aventuramos nuestras ideas a enfrentarse con un monstro de muchas
cabezas, tantas que no se pueden contar con los dedos. Somos testigo de la
fidelidad de sus habitantes que defienden a capa y espada su proveniencia, como
si el nombre de Medellín fuera el orgullo más grande sobre la faz de la tierra.
Y es que lo es, lo es porque acá se ha creado cultura, se han creado espacios
de esparcimiento, se han creado oportunidades y porque lejos de la realidad que
viven muchos, se intenta reconstruir la palabra tranquilidad y armonía.
La ciudad crece a pasos gigantes ya la gente lo nota, sabe que la capital antioqueña ya no es la de antes, sabe que ante una historia labrada con sangre crece una potencia que inciertamente comparte destino.
No es testigo aquel que la
ve creer entre montañas, que la ve modernizarse y lucir su nuevo traje, es
testigo todo aquel que la vive de pies a cabeza, que nació de sus laderas y
valles, que ha recorrido sus interminables calles, que conoce su ambiente y su
gente, que la goza en todo su entorno, como si fuera una sola, porque para
algunos habitantes, Medellín es única.
A veces creemos que las
verdaderas respuestas puedan estar en lo que leemos de la ciudad, en lo que
percibimos de ella, pero esta vez nos hemos aventurado a conocer el nuevo
vestido de la ciudad, eso que es desconocido, que todos ven pero que nadie
cree, que ni nosotros creemos.
Esa es Medellín de antes la
que vio crecer a Botero, la que canta al ritmo de Juanes, la que nació con las
historias de Tulio Ospina; esa, ahora no es recordada por sus ilustres
personajes, ni por tu amor al conservar épocas, ni por la ilusión de mantener
viva la fe, sino por la contribución a
la nueva arquitectura que baña a la ciudad de las flores, a la nueva
contribución del hombre en la mano y obra, en la elaboración casi detallada de
una perfecta combinación entre satisfacción e indignación, porque acá ya nadie
sabe de dónde es ni pa donde va, esta ya no es la mejor capital, todo se
concierte relativo, todo pesa según su proveniencia.
En esa mañana cualquiera, en
la que uno se acostumbra a levantar tarde, es un buen día para romper la
rutina. La intensión de saber que motiva la el desarrollo de la ciudad en su
estructura arquitectónica es quizás la base fundamental para creer que el lugar
propicio no es el que se enfrenta a cambio mediáticos, sino a cambios positivos
y en gran medida de un alcance intenso, porque de eso quiere nutrirse el
pueblo. No hay nada más cautivante que persuadir el Alma Mater en su labor
educativa, para saber cuáles son los perfiles que persuadirán la necesidad de
la gente con nuevas alternativas de vida.
Allá en ese lugar estuvimos,
la UNAL, surgió una labor noticiosa bastante particular que nos entregaba
testimonios diferentes sobre la ciudad,
esa que tanto suelen amar los que viven en ella, los que idolatran sus parques
y sus figurativas, armoniosas y constantes edificaciones. Era la facultad de
Arquitectura, claro, tenía que ser el corazón de la palabra quien justificara
sus actos en medio de una discusión liberal.
Todos estaban de acuerdo con
que la labor arquitectónica de Medellín era vaga y no conseguía más que dividir
la ciudad, de enriquecer la falta de riqueza y que en medio de tan importante
labor de crecimiento, se estaba formando el clásico sin sabor que se mete en el
olvido de la gente.
No era solo saber lo que
pasaba en la mente de los que probablemente cambien el futuro de esta tierra,
era también evidenciar y plasmar la ciudad, conocer su fuente de tarde y su
fuente de noche, tendríamos que excusar la tradición de perdonar al que hace
daño, para interrogar su accionar, pues es de esta capital en la que
seguramente veo mi nombre mi acento y mi raza plasmados el miedo abunda y no
precisamente el miedo por habitarla. La noche nos cobijó son la lluvia y nos
mostró ese lado sorprendente que nos hace ver grandes.
Es esa labor, hizo percibir
un contraste diferente entre tanta construcción que mantiene la época colonial
y antigua, pidió entregar un pedazo de alma, a eso, la estructura que rompe los
esquemas. Ese el desdibuje de una tradición y el presente de una necesidad lo que
termina por limitar el espacio y la vida como sentido prioritario, pues
mientras algunos encuentran en el dormir mundo la felicidad, otros gozan de un
porvenir que diferencia clases.
Terminando el trabajo de
reportería dentro de un conjunto se sinsabores, vivimos la ciudad como nunca,
al desnudo, como solo ella pudo mostrarse en la cara más amable. Alguien
lloraba de tristeza, sabía que en ese recorrido tendríamos la desventaja de
evidenciar el trabajo de otros, de adueñarse de lo ajeno, no quedaba más que
seguir el camino que sigilosamente marcaríamos hasta llegar a nuestro hogar.
“Allá, allá en la montaña, allá cerquita del río nació en noches de luna
bajos las estrellas tu querer y el mío” dice la canción, ese bambuco que
escuchándolo en nuestra tierra, nos pone a suspirar, nosotros lo hicimos,
porque mientras descubríamos el verdadero sentido de ese valle dibujado de
edificios gigantes nos enamoramos, creímos que mientras exista el equilibrio
entre una buena vida y el querer mejorar, siempre hay oportunidades de vida,
así vemos a Medellín, así vivimos a Medellín.
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